La reciente operación policial en las favelas de Penha y Alemão, en Río de Janeiro, ha dejado un saldo trágico de 121 muertos, lo que la convierte en una de las intervenciones más letales en la historia de Brasil. Este evento ha puesto de manifiesto no solo la violencia inherente al narcotráfico, sino también la compleja relación entre el Estado y el crimen organizado, en particular con el Comando Vermelho (CV), una de las organizaciones criminales más poderosas del país. La situación en Río es un microcosmos de los problemas más amplios que enfrenta Brasil, donde la lucha contra el narcotráfico se ha convertido en un campo de batalla político y social.
La historia del Comando Vermelho se remonta a la década de 1960, cuando la dictadura militar brasileña tomó decisiones que, aunque no intencionadas, sentaron las bases para el surgimiento de esta organización. La mezcla de presos políticos y delincuentes comunes en las cárceles creó un caldo de cultivo para la formación de grupos que desafiarían al Estado. La Falange Vermelha, precursora del CV, se formó con el objetivo de enfrentar la tortura y los abusos dentro del sistema penitenciario. Con el tiempo, esta organización evolucionó, alejándose de sus ideales iniciales y convirtiéndose en un actor clave en el tráfico de drogas, especialmente cocaína, a partir de los años 80.
La expansión del CV ha sido meteórica, y sus operaciones se extienden más allá de las fronteras brasileñas, llegando a países como Paraguay y Argentina. La organización no solo se dedica al narcotráfico, sino que también ha diversificado sus actividades en sectores como la venta irregular de combustible, el comercio de armas y el lavado de dinero. Este crecimiento ha llevado a que el CV ejerza un control casi tiránico sobre algunas comunidades, donde la violencia y la opresión son el pan de cada día.
La respuesta del Estado a esta situación ha sido objeto de intenso debate. El gobernador de Río, Claudio Castro, ha calificado a los miembros del CV como «terroristas» y ha instado al gobierno federal a utilizar toda su fuerza para combatirlos. Sin embargo, esta postura ha sido criticada por muchos, quienes argumentan que la violencia no es la solución y que las operaciones policiales masivas solo perpetúan el ciclo de muerte y sufrimiento. La reciente operación en las favelas ha sido vista como un intento de propaganda política, en un contexto donde las derechas buscan recuperar terreno tras varias derrotas políticas.
La administración de Lula da Silva ha respondido a estos acontecimientos con un enfoque diferente. Aunque ha reconocido la necesidad de combatir al CV, también ha enfatizado la importancia de la inteligencia y la estrategia en lugar de la fuerza bruta. Lula ha criticado la Operación Contención, señalando que matar a 120 personas no resuelve el problema del narcotráfico y que, aunque todos sean delincuentes, siempre habrá otros dispuestos a ocupar su lugar. Esta visión más matizada sugiere que la lucha contra el crimen organizado debe ir acompañada de políticas sociales que aborden las raíces del problema, como la pobreza y la falta de oportunidades en las favelas.
La polarización política en Brasil ha complicado aún más la situación. Mientras que algunos sectores apoyan una respuesta militarizada al narcotráfico, otros abogan por un enfoque más humano y comprensivo. La retórica de guerra contra el narcotráfico ha sido utilizada por varios gobiernos en el pasado, pero los resultados han sido desalentadores. La violencia ha aumentado, y el crimen organizado ha demostrado ser resiliente, adaptándose a las tácticas del Estado y encontrando nuevas formas de operar.
La historia del Comando Vermelho y su relación con el Estado brasileño es un recordatorio de que la lucha contra el narcotráfico no puede ser vista como un problema aislado. Es un fenómeno complejo que requiere un enfoque integral, que incluya no solo la represión, sino también la promoción de oportunidades económicas y el fortalecimiento de las comunidades afectadas. La reciente tragedia en Río de Janeiro es un llamado a la acción para repensar las estrategias de combate al crimen organizado y buscar soluciones que realmente aborden las causas subyacentes de la violencia y la criminalidad en Brasil.
 
									 
					