La Plaza de Santa Ana, situada en el corazón de Las Palmas de Gran Canaria, es un lugar emblemático que atrae a miles de turistas y residentes cada día. Sin embargo, pocos conocen la historia oscura que se esconde bajo sus adoquines. Este espacio, que hoy es un punto de encuentro y un símbolo de la ciudad, fue en el pasado un escenario de dolor y sufrimiento, donde muchos canarios perdieron la vida en manos de la Inquisición española.
### Un Pasado Inquisitorial
Durante más de tres siglos, la Plaza de Santa Ana fue testigo de juicios y ejecuciones llevadas a cabo por la Inquisición. Desde 1493 hasta 1820, se estima que 2.263 personas fueron afectadas por este oscuro capítulo de la historia canaria, ya sea a través de procesos judiciales, torturas o ejecuciones. La plaza, ubicada frente a la catedral de Las Palmas, se convirtió en el centro de operaciones del Santo Oficio, donde los reos eran entregados al gobernador antes de ser conducidos a la hoguera.
La obra del historiador Fernando Paetow, «La Inquisición en la Isla de Gran Canaria (1493–1820)», documenta cómo los condenados eran atados a postes en el centro de la plaza mientras se preparaba la leña para su ejecución. Este acto no solo era un castigo, sino también una exhibición pública del poder de la Inquisición, que buscaba infundir miedo en la población. La plaza no solo era un lugar de tránsito, sino un escenario donde se escenificaba el terror y la represión.
El primer auto de fe en Canarias tuvo lugar en 1507, donde un comerciante portugués y una mujer canaria fueron condenados por judaísmo y brujería, respectivamente. Este evento marcó el inicio de un periodo de intensa represión religiosa en el archipiélago. A lo largo de los años, la plaza fue el escenario de numerosos autos de fe, donde las autoridades religiosas y civiles presenciaban la ejecución de los condenados. Uno de los episodios más notorios fue el gran auto de fe de 1526, donde se condenaron a varias personas, resultando en la muerte de diez canarios y la condena de otros a penas severas.
### Transformación y Memoria
A medida que el tiempo avanzó, la Plaza de Santa Ana fue transformándose. Lo que una vez fue un lugar de sufrimiento y muerte se ha convertido en un espacio de vida y celebración. Hoy en día, la plaza alberga la Catedral de Santa Ana, el Palacio Episcopal y el Ayuntamiento, además de ser un punto de encuentro para eventos culturales y sociales. Sin embargo, el contraste entre su pasado y su presente es notable.
La configuración actual de la plaza refleja su importancia histórica como núcleo del poder religioso y administrativo desde el siglo XV. La simetría y los amplios accesos son testigos de su evolución a lo largo de los siglos. Aunque las funciones represivas de la Inquisición han quedado atrás, la memoria de aquellos que sufrieron en este lugar persiste en la historia de la ciudad.
A pesar de que hoy en día la plaza es un lugar donde los ciudadanos y turistas disfrutan de su belleza, pocos recuerdan que bajo sus pies se encuentran las huellas de un pasado doloroso. La historia de la Plaza de Santa Ana es un recordatorio de la lucha por la libertad de pensamiento y la resistencia ante la opresión. La Inquisición, que alguna vez dominó este espacio, ha sido relegada a los libros de historia, pero su legado sigue vivo en la memoria colectiva de los canarios.
La Plaza de Santa Ana es, por tanto, un símbolo de la dualidad de la historia: un lugar que ha pasado de ser un escenario de terror a un espacio de encuentro y celebración. La transformación de este lugar refleja no solo el cambio en la sociedad canaria, sino también la capacidad de superar el dolor y construir un futuro más esperanzador. Al caminar por la plaza, es importante recordar su historia y honrar a aquellos que sufrieron en este lugar, asegurando que su memoria no se pierda en el tiempo.
