El verano en Las Palmas de Gran Canaria se caracteriza por un fenómeno meteorológico conocido como la «panza de burro». Este término hace referencia a una capa de nubes que cubre la ciudad durante los meses más cálidos, creando un ambiente peculiar que, aunque puede resultar incómodo para algunos, es parte integral de la identidad de la capital grancanaria. Este fenómeno es el resultado de la interacción entre los vientos alisios y la geografía de la isla, y su presencia es casi garantizada desde principios de junio hasta finales de agosto.
### Origen y Formación de la Panza de Burro
La panza de burro se forma gracias a los vientos alisios, que soplan predominantemente desde el noreste. Estos vientos, cargados de humedad, interactúan con el océano y, al llegar a las Islas Canarias, se convierten en una masa de aire que se enfría y se condensa, formando nubes. Según David Suárez, delegado de la Aemet en Canarias, «la presencia del anticiclón de las Azores genera un flujo del nordeste de moderado a intenso, que provoca que esta masa de aire se cargue de humedad y forme la nubosidad que queda retenida».
Este fenómeno no se caracteriza por nubes de desarrollo vertical, sino que se extiende como un manto grisáceo que cubre el cielo. En la baja atmósfera, se produce una inversión de temperatura, lo que significa que la temperatura aumenta con la altura, en lugar de descender como es habitual. Esta inversión impide que las nubes crezcan verticalmente, lo que resulta en una atmósfera estable y, a menudo, en días grises sin lluvia.
El mes de julio es cuando la panza de burro se siente con mayor intensidad, ya que los vientos alisios soplan más fuerte. Sin embargo, la densidad de esta capa de nubes puede variar, dependiendo de la estabilidad atmosférica y la intensidad del viento. En algunos días, especialmente durante el calentamiento diurno, es posible que el cielo se despeje parcialmente, solo para cerrarse nuevamente al caer la tarde.
### Percepciones y Reacciones de los Habitantes
La panza de burro provoca reacciones diversas entre los habitantes de Las Palmas. Para algunos, como Christian Alexis, la presencia de estas nubes es algo que se acepta como parte de la vida cotidiana. «No me causa ningún trauma cuando voy a trabajar a la capital. Está ahí, lo asumo y lo acepto», comenta. En contraste, hay quienes son más críticos, como Nira Rodríguez, quien describe la panza de burro como «una porquería» que le genera tristeza y confusión sobre qué tipo de calzado usar al salir de casa.
A pesar de las opiniones encontradas, muchos capitalinos han aprendido a convivir con este fenómeno. María Cabrera, una vecina del Puerto, señala que agradece la presencia de las nubes, ya que ayudan a mitigar el calor del verano. «Si apetece sol, siempre hay opciones relativamente cerca», añade, destacando que la panza de burro no impide disfrutar de actividades al aire libre en otras áreas de la isla.
Por otro lado, quienes residen en el sureste de Gran Canaria, donde el clima es más cálido y seco, suelen apreciar la frescura que aporta la panza de burro cuando visitan la capital. Cristo González, de Vecindario, menciona que esta capa de nubes ayuda a reducir la sensación de calor y contribuye a mantener la humedad en el campo, lo que es beneficioso para la agricultura.
### El Futuro de la Panza de Burro
A medida que el cambio climático se convierte en una preocupación global, surgen preguntas sobre cómo podría afectar fenómenos como la panza de burro. Los modelos climáticos sugieren que el anticiclón de las Azores podría desplazarse hacia el este, lo que podría alterar la dinámica de los vientos alisios y, potencialmente, hacer que la masa de aire que llega a las Islas sea más seca. Sin embargo, estos cambios son especulativos y aún no se han materializado.
Mientras tanto, la panza de burro sigue siendo un elemento distintivo del verano en Las Palmas de Gran Canaria. Este fenómeno no solo afecta el clima, sino que también influye en la cultura y la vida diaria de sus habitantes. Con el tiempo, la aceptación y adaptación a este fenómeno meteorológico se han convertido en parte de la identidad de la ciudad, un recordatorio de cómo la naturaleza puede moldear la experiencia humana de maneras inesperadas.