La historia de Juan Alberto González es un recordatorio desgarrador de cómo la violencia puede truncar vidas y sueños. A sus seis años, su primera visita a París dejó una huella imborrable en su corazón. Desde entonces, la ciudad del amor se convirtió en su objetivo vital. Su madre, Cristina Garrido, recuerda cómo su hijo siempre soñó con vivir en París, un deseo que se hizo realidad cuando, tras completar su carrera en ingeniería industrial, consiguió un trabajo en Électricité de France. A los 27 años, Juan Alberto estaba en la cúspide de su vida: recién casado, con un trabajo que amaba y rodeado de amigos. Sin embargo, el 13 de noviembre de 2015, su vida y la de 89 personas más se apagó en un instante durante un concierto de Eagles of Death Metal en la sala Bataclan.
La noche fatídica comenzó como cualquier otra, llena de música y alegría. Pero, a las 21:40, el horror se desató. Un grupo de yihadistas del Estado Islámico irrumpió en el lugar, desatando el caos. Juan Alberto, que se encontraba en el foso, intentó escapar, pero fue alcanzado por un disparo. Cristina, su madre, recuerda con dolor cómo, tras recibir la noticia, su mundo se desmoronó. «Los médicos me dijeron que con el disparo de un kaláshnikov AK-47 falleces casi al momento», relata. La incertidumbre y el dolor se apoderaron de su vida, y la falta de respuestas sobre los últimos momentos de su hijo la atormentan hasta hoy.
La ausencia de una autopsia complicó aún más el duelo de la familia. Cristina solo pudo reconocer a su hijo durante el juicio de 2021, cuando se proyectaron imágenes y videos del ataque. La angustia de no saber si Juan Alberto sufrió en sus últimos momentos es una carga que lleva consigo. «Me lo tengo que creer para evitar pensar si sufrió o cuánto tardó en morir desde que le dispararon», confiesa. La culpa también la acompaña; se pregunta si sus constantes llamadas esa noche pudieron influir en su muerte. Durante el ataque, los terroristas se acercaban a donde sonaban los teléfonos, y ella no sabía que su hijo estaba en el Bataclan.
A lo largo de los años, Cristina ha encontrado consuelo en su hija, quien se ha convertido en su apoyo incondicional. Sin embargo, el dolor de perder a Juan Alberto es una sombra constante. Cada 13 de noviembre, viaja a París para rendir homenaje a su hijo, dejando flores en el lugar donde perdió la vida. «Pasear por los lugares donde lo hacía con Alberto me duele mucho. No soy capaz ni siquiera de sentarme a tomar una cerveza en una terraza parisina como hacía cuando venía a visitarle», comparte con lágrimas en los ojos.
El juicio del atentado fue un proceso doloroso. Cristina tuvo que enfrentarse a Salah Abdeslam, uno de los yihadistas responsables del ataque. Mirarlo a los ojos fue un momento desgarrador. «Los terroristas no se arrepintieron de nada. No logro entender el sentido de este atentado. Porque al final no han conseguido nada, solamente destrozar a las familias y asesinar a personas que valían una eternidad», afirma con firmeza. La condena de Abdeslam a cadena perpetua fue un alivio para ella, pero el dolor de la pérdida sigue presente.
A pesar de su sufrimiento, Cristina ha encontrado un sentido de resistencia. La sala Bataclan, que permanece casi intacta desde la noche del ataque, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra el terrorismo. Los propietarios decidieron no cambiar nada, como un homenaje a las víctimas. Cristina visitó el lugar días antes de la sentencia y prometió a su hijo que haría todo lo posible para que se hiciera justicia. Su lucha no solo es por su hijo, sino por todas las víctimas del terrorismo.
La falta de apoyo del Gobierno español ha sido otra herida abierta para Cristina. En diez años, nunca recibió una llamada de las autoridades españolas, lo que contrasta con el apoyo que ha recibido del Gobierno francés, que le ha proporcionado asistencia jurídica, traductores y ayuda psicológica. Cada año, el Gobierno francés cubre los gastos de sus viajes a París para visitar la placa conmemorativa de su hijo. Este gesto ha sido fundamental para Cristina, quien siente que el reconocimiento y el apoyo son esenciales para sobrellevar su dolor.
El aniversario del atentado se ha convertido en un viaje inevitable hacia el recuerdo de aquel día. Para Cristina, recordar no es solo un acto de memoria, sino una forma de proteger el presente y el futuro. «Es la única manera de que estos actos no vuelvan a suceder», afirma con determinación. La historia de Juan Alberto González es un testimonio de amor, pérdida y resiliencia, y su legado perdurará en la memoria de quienes luchan contra el terrorismo y la violencia en todas sus formas.
