En el corazón de los pueblos canarios, donde el océano se encuentra a kilómetros de distancia y el calor del verano puede ser abrumador, las piscinas municipales se han convertido en un refugio esencial para los residentes. Estos espacios no solo ofrecen un lugar para refrescarse, sino que también sirven como puntos de encuentro social, especialmente para aquellos que no pueden desplazarse a la playa. Sin embargo, la creciente popularidad de estas instalaciones, impulsada por las redes sociales, plantea un dilema: ¿cómo mantener el equilibrio entre el acceso para los locales y la afluencia de visitantes?
La importancia de las piscinas municipales
Las piscinas municipales en Canarias son más que simples lugares para nadar. Para muchas familias, representan una opción asequible y accesible durante los calurosos meses de verano. Con precios simbólicos o incluso gratuitos, estas instalaciones permiten que los vecinos disfruten de un espacio de ocio sin la necesidad de viajar largas distancias. Además, son vitales para los niños que aprenden a nadar y para los ancianos que ya no pueden bajar a la playa. En este sentido, las piscinas se convierten en un pilar del tejido social de cada comunidad, fomentando la interacción y el sentido de pertenencia.
Sin embargo, la viralidad en redes sociales ha comenzado a transformar la dinámica de estos espacios. Un claro ejemplo de esto ocurrió en la piscina municipal del Valle de Agaete, que, tras la publicación de un video en TikTok, vio cómo su aforo se desbordaba de visitantes. Con capacidad para solo 80 personas, la llegada masiva de turistas y forasteros dejó a muchos vecinos sin acceso a su lugar habitual de esparcimiento. Este fenómeno no solo afectó a la comodidad de los residentes, sino que también puso en riesgo la seguridad y el bienestar de quienes dependían de la piscina como su único refugio del calor.
El impacto de las redes sociales
La influencia de las redes sociales en la promoción de lugares de interés ha llevado a un aumento en la afluencia de visitantes a las piscinas municipales. Influencers y creadores de contenido comparten imágenes de estos espacios, presentándolos como destinos ideales para el verano. Sin embargo, este tipo de promoción puede tener consecuencias negativas. Lo que antes era un lugar tranquilo y controlado puede convertirse en un punto de saturación, donde la experiencia de los residentes se ve comprometida.
La llegada de turistas a estas instalaciones ha cambiado la forma en que se utilizan. En muchos casos, las piscinas se han transformado en playas improvisadas, con visitantes que traen neveras, sillas y sombrillas, lo que altera el ambiente y la convivencia. Las autoridades locales han tenido que implementar medidas para controlar el aforo y garantizar que los residentes puedan seguir disfrutando de estos espacios. Por ejemplo, en Agaete, se reforzó la presencia policial y se establecieron controles estrictos para evitar que se repitieran situaciones de saturación.
Medidas para proteger a los residentes
Ante el dilema que plantea la viralidad, algunos municipios han comenzado a implementar políticas para proteger el acceso de los residentes a las piscinas municipales. Santa Lucía de Tirajana, por ejemplo, ha establecido tarifas reducidas para los empadronados, mientras que en Artenara, la entrada es gratuita para los residentes y se cobra a los visitantes. Estas medidas buscan equilibrar la necesidad de atraer turistas y la importancia de mantener el acceso para quienes viven en la zona.
El reto es encontrar un equilibrio que permita a las comunidades disfrutar de sus espacios sin que la afluencia de visitantes los desborde. La viralidad en redes sociales puede beneficiar a los comercios locales, pero también puede poner en riesgo la calidad de vida de los residentes. La clave está en gestionar adecuadamente el acceso y fomentar un uso responsable de estos espacios.
La búsqueda de un equilibrio
Cada verano, los vecinos de los pueblos canarios llegan a las piscinas municipales con la esperanza de encontrar un lugar donde relajarse y socializar. Para ellos, estas instalaciones son más que un simple lugar de ocio; son un componente esencial de su salud y bienestar. El desafío radica en encontrar un punto de equilibrio que permita a las redes sociales mostrar la belleza de estos espacios sin que eso signifique expulsar a quienes los han mantenido vivos durante todo el año.
La pregunta que se plantea es cómo proteger lo que se ama sin ocultarlo. Las comunidades costeras y los pueblos del interior de Canarias enfrentan un dilema similar: cómo gestionar el turismo y la viralidad sin sacrificar la calidad de vida de sus residentes. La solución puede estar en la colaboración entre las autoridades locales, los comerciantes y la comunidad, para garantizar que todos puedan disfrutar de estos valiosos espacios durante el verano.